La investigación sobre neuroplasticidad se ha vuelto cada vez más popular en los últimos años. Alguien alguna vez creyó que una vez que entremos en la edad adulta, nuestro cerebro se arreglará. Los estudios realizados en las últimas décadas han demostrado que, de hecho, nuestro cerebro tiene la capacidad de cambiar y crear nuevas vías neuronales y generar nuevas neuronas, proceso que se denomina neurogénesis (Doidge, 2015). Este hallazgo es significativo, porque si el cerebro tiene esta capacidad de cambiar, nosotros tenemos la capacidad de cambiar nuestra forma de pensar y posiblemente mejorar nuestras emociones.
Las vías neuronales del cerebro se fortalecen mediante la repetición. Una forma de describir este proceso es «neuronas que se activan y se conectan juntas». La experiencia repetida provocará cambios en la estructura del cerebro y en cómo las neuronas procesan esta experiencia. Cuanto más consistente sea esta experiencia, más fuerte será la combinación de estas neuronas.
Desde una perspectiva de relación, si un niño siempre es amado, nutrido y cuidado por sus padres, la configuración predeterminada del cerebro es encontrar una relación positiva y saludable y repetir este patrón de aceptación del amor y la crianza. Si un niño es constantemente descuidado o abusado, la respuesta predeterminada del cerebro es buscar relaciones que se ajusten a este patrón similar de negligencia o abuso. Dado que estas vías neuronales se han solidificado a través de años de abuso, son difíciles de cambiar. Estos niños entablarán relaciones poco saludables cuando crezcan. Además del trastorno de estrés postraumático (PTSD) que puede desarrollarse a partir de un trauma infantil, también pueden causar síntomas de depresión o ansiedad.
Nuestro cerebro se compone principalmente de tres partes: cerebro reptil, sistema límbico y neocorteza. El cerebro de nuestro reptil es la parte más primitiva del cerebro, ubicada en el tallo cerebral directamente sobre la médula espinal y el cráneo. Esta parte de nuestro cerebro es responsable de las necesidades de supervivencia más básicas: nuestra capacidad para respirar, dormir, despertar, orinar, defecar y regular la temperatura corporal. Por encima del cerebro de nuestros reptiles está el sistema límbico. Esta es el área del cerebro que controla nuestras emociones y también nos advierte de peligros potenciales. La última y superior capa del cerebro, la neocorteza, es la parte racional de nuestro cerebro. Este es responsable de la comprensión de ideas abstractas, el uso del lenguaje para expresar emociones en lugar de actuar impulsivamente y la capacidad de planificar nuestro futuro.
Siempre que experimentamos un evento, la información ingresa a nuestro tálamo, que se encuentra en el sistema límbico en el medio del cerebro. El tálamo filtra la información y luego la envía a la amígdala, que también se encuentra en el sistema límbico. La amígdala determina si la información representa una amenaza. Al mismo tiempo, nuestro tálamo envía información al lóbulo frontal, que es parte del cerebro que nos permite comprender lo que acaba de suceder. Nuestra amígdala procesa la información mucho más rápido que el lóbulo frontal, por lo que cuando estamos en peligro, podemos actuar primero y pensar después.
El tálamo nos ayuda a distinguir entre información relevante e irrelevante y, como un filtro, nos ayuda a mantener la concentración. Esta función se ve afectada en personas con TEPT, lo que genera una sobrecarga de información. Para manejar esta sobrecarga de sentimientos, las personas a veces se apagan o se adormecen mediante el uso de sustancias (Van Der Kolk, 2015).
Los escáneres cerebrales muestran que cuando ocurre un evento traumático, el área de Broca (una subdivisión del neocórtex ubicada en el lóbulo frontal izquierdo) disminuye su actividad. Esta es una de las áreas del cerebro responsable de hablar. Al mismo tiempo, aumenta la actividad en la parte derecha del cerebro, que almacena recuerdos relacionados con el sonido, el tacto y el olfato. Debido a esto, el trauma no se almacenará en el cerebro como una historia clara, con un comienzo, un desarrollo y un final. Más bien, son una serie de recuerdos principalmente empíricos: fragmentos de imágenes, sentimientos, emociones y sonidos, todos los cuales evocan pánico y miedo al recordar hechos traumáticos. Es por eso que algunas personas que han experimentado un trauma pueden volverse rígidas e incapaces de hablar.
La investigación sobre desensibilización y reprocesamiento del movimiento ocular (EMDR) asume actualmente que los individuos con PTSD almacenan recuerdos traumáticos en su sistema nervioso, almacenando eventos exactamente de la misma manera que experimentaron inicialmente (Shapiro, 2001). Esta es la razón por la que, por ejemplo, las sobrevivientes de abuso sexual infantil seguirán experimentando un trauma muchos años después, como si todavía les sucediera. Los escáneres cerebrales realizados registraron el incidente. Al experimentar flashbacks, la amígdala no distingue entre el pasado y el presente; el cuerpo continúa respondiendo al recuerdo desencadenante como si aún estuviera sucediendo, a pesar de que el trauma ocurrió hace unos años (Van Der Kolk, 2014).
Para el tratamiento EMDR, el enfoque del tratamiento es principalmente experiencial. El terapeuta no tiene que conocer los detalles del trauma que ocurrió, porque el proceso es interno. El visitante no tiene que crear una historia para transmitir verbalmente el trauma que le ha ocurrido al terapeuta. En muchos de mis cursos, los clientes notarán algo: sentimientos, emociones o imágenes que pueden aparecer cuando procesan recuerdos. EMDR anima al visitante a mantener el status quo y ver el pasado como una película o como una instantánea de su vida. Solo cuando las personas pueden basarse en el presente y explorar el pasado en la terapia es eficaz.
A través de la terapia EMDR, los clientes pueden resolver estas vías nerviosas traumáticas reprocesando recuerdos. Durante la fase de instalación de EMDR, los clientes pueden comenzar a crear y fortalecer nuevas vías neuronales, lo que les permite experimentar a sí mismos y su relación con el mundo de una manera más saludable. Este proceso no es fácil, pero trae esperanza y alivio a quienes han estado reviviendo el trauma de las experiencias de la niñez durante muchos años.